
Por Omar González García.
“Difícil es luchar contra el deseo.
Lo que quiere lo compra con el alma”
Heráclito.
Admítase sin conceder: la renuncia de Arturo Zaldívar Lelo de
Larrea a su cargo de ministro de la Suprema Corte de Justicia
de la Nación –ya intempestiva, ya meditada, ya consensuada in
pectore— sacudió un avispero de por sí inquieto. Si esto fuera
fútbol, el mega angulado envío no lo habría hecho mejor
Lionel Messi. Pero esto no es fútbol y sí un problema mayor en
un muy revolucionado 2023, prolegómeno del año próximo,
plenamente electoral con todo lo que ella implica.
A la publicación en redes sociales de la renuncia del ahora
ministro (en proceso de retiro) Zaldívar, siguió lo esperado en
la aldea Xtera (antes Twitter, hoy X). Carretadas de análisis de
bote pronto, algunos de ellos muy formalistas; los posteos
vomitivos de legos o no en la materia constitucional y, lo único
sensato, una tarjeta informativa, la 396/2023, también
publicado en X por parte de la Corte, que en un par de
párrafos indica: “Respecto a la carta difundida el día de hoy por
el ministro Arturo Zaldívar, a través de sus redes sociales, la
Suprema Corte de Justicia de la Nación informa que se
encuentra a la espera de lo que digan el Ejecutivo y el Senado
de la República, conforme a lo dispuesto en la Constitución. A
la letra, el Artículo 98 constitucional señala que: “‘Las
renuncias de los Ministros de la Suprema Corte de Justicia
solamente procederán por causas graves; serán sometidas al
Ejecutivo y, si éste las acepta, las enviará para su aprobación al
Senado’”. Y pare usted de contar porque la Corte cuidará las
formas y no hablará más del tema.
La pelota está, de momento, en la cancha del ejecutivo y pasará
a la del Senado en poco tiempo. Si la designación se vuelve un
nuevo rosario de Amozoc entre los propios senadores de
MoReNa, carentes de un liderazgo ad hoc en la cámara alta,
nada nuevo estará sucediendo; si la propuesta para ocupar la
hoy vacante silla es todo un montaje para designar un abogado
afín al obradorato –hipótesis nada imposible— tampoco nada
nuevo estará sucediendo. Si el misil que hoy colocó en redes
sociales el abogado Zaldívar tiene por finalidad llevar a puerto
un nuevo diseño institucional del tribunal constitucional
mexicano en los términos que desde el sexenio Ernesto Zedillo
(1994-2000) se conoce, es evidente que se habrá desbloqueado
un nuevo y más alto nivel de perversidad política.
Un conocido estribillo en el ámbito jurisdiccional advierte que
los jueces hablan a través de sus sentencias. Cuando la
polvareda de la carta de renuncia se desvanezca –pero esto va a
demorar—habrá que hacer una valoración jurídica y académica
de las sentencias que la magistratura zaldivariana planteó, cómo
lo hizo y qué efectos de corto, mediano y largo plazo
produjeron o podrán producir. Los caminos del derecho suelen
ser sinuosos y extensos; los efectos de las decisiones de una
corte suprema pueden demorar varios años en ser plenos y
eficaces y nada garantiza que se hayan escrito en piedra o
grabado a fuego; en los regímenes autoritarios todo peligra,
sobre todo aquello que no se amolda a los designios de esa
categoría conceptual denominada amado líder.
Lamentablemente, un posteo de Claudia Sheinbaum, virtual
precandidata de MoReNa a la presidencia de la república no
abonará a que la polvareda cese rápido. A las 15:52 de ayer
martes, la cuenta de la doctora comunicó, foto incluida: “Me
reuní con Arturo Zaldívar (…). Acordamos trabajar juntos para
avanzar en la transformación del país”. Más claro ni el agua y
no deja de ser lamentable; cuando los caminos del derecho y la
política se entreveran para fines aviesos, pierde el derecho y
pierde la política; pierden los ciudadanos y pierde el estado de
derecho. Máxime si la foto es del lunes –el día previo a la
renuncia— a decir de quienes consideran prueba plena el
vestuario de la doctora. Nada escapa a ese big brother de los
posteos que es cualquier usuario de X.
La pérdida para el derecho está anunciada en dos párrafos del
texto de Zaldívar: “considero que mi ciclo en la Suprema Corte
ha terminado y que las aportaciones que puedo realizar desde
esta posición se han vuelto marginales. (…). Estimo que es de
la mayor importancia sumarme a la consolidación de la
transformación de México…”.
¿Marginales para quién? ¿Consolidar qué transformación? ¿La
que niega recursos a un estado federal cuya ciudad más
emblemática es una ruina total en todos sentidos? ¿La que
destaza las economías de uno de los tres poderes y los órganos
autónomos y los dilapida en macro inutilidades como Dos
Bocas o el tren maya?
En los pasillos de la Corte corría el rumor desde antes de la
conclusión de su periodo como ministro presidente, que
Zaldívar se había ido quedando solo; una suerte de héroe
trágico que, derrotado en su última cruzada, contaba apenas
con un grupo de leales. ¿Le seguirán en esta nueva acometida?
El tiempo solo es tardanza de lo que está por venir dice el
gaucho Martín Fierro.
“Difícil es luchar contra el deseo. Lo que quiere lo compra con
el alma” y nada está escrito sobre lealtades ni sobre virtudes ni
sus antípodas. El aforismo de Heráclito es una verdad del
tamaño de la escenografía montada en el Foro Sol para recibir
a la cantante Taylor Swift de la que Zaldívar es ferviente
admirador. Quizás le dio una pulsera de la amistad a la
precandidata de MoReNa a la presidencia, uno nunca sabe. Los
swifties pueden ser personajes raros; se asumen marginales,
cierran ciclos y colocan obuses que horadan el estado de
derecho. Por los jueces quizás hablen sus sentencias. Por los
hombres hablan sus actos, y éstos, Borges dixit, son “nuestros
símbolos”. Y la simbología del mensaje zaldivariano es terrible.
Un Falcon verde estacionado frente al estado de derecho.